En 1956, el filósofo inglés Michael Oakeshott (1901-1990) publicó el ensayo Ser conservador1, en el que intentaba llevar a cabo una descripción de los rasgos que, a su juicio, definen a una persona conservadora.
Décadas después, otro filósofo inglés, Roger Scruton, publicaría un libro con similar intención, del que ya he hablado en esta entrada. Sin embargo, si bien los puntos en común de ambos resultan claros a quien acometa la lectura de sus respectivas obras, ambos ponen el acento en aspectos diferentes. Podríamos decir que Scruton se centra en lo que el conservador trata de conservar, mientras que Oakeshott se centra más bien en lo que caracteriza a la persona conservadora. El enfoque de Oakeshott parece, por momentos, una descripción de tipo psicológico.
En coherencia con este enfoque, Oakeshott caracteriza el hecho de ser conservador como una forma de ser:
Ser conservador es tener una predisposición a pensar y comportarse de cierta manera; es preferir cierta clase de conductas y ciertas condiciones de circunstancias humanas a otras; es estar dispuesto a hacer cierta clase de elecciones. (loc. 2006)
Predisposición, preferencia, elección, son todos ellos términos que tienen como referente a la psicología y carácter de la persona conservadora.
Oakeshott no busca definir la actitud conservadora en términos de principios generales, sino que trata de describir la actitud conservadora tal como aparece habitualmente en el carácter contemporáneo.
El filósofo inglés señala que ser conservador es la actitud apropiada para un hombre que sea plenamente consciente de poder perder algo que ha aprendido a apreciar.
En esta definición encontramos ciertas similitudes con Scruton, pues este acentuaba el hecho de que el conservador percibe que las cosas buenas son fáciles de perder, pero difíciles de crear. Por ello, el conservador de Scruton, es también alguien que teme perder algo importante que aprecia.
En ambos autores, ser conservador podría parecer la actitud de alguien adverso al riesgo. A ello podrían dar pie algunas afirmaciones como esta de Oakeshott:
[…] ser conservador es preferir lo familiar a lo desconocido, preferir lo experimentado a lo no experimentado, el hecho al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo lejano, lo suficiente a lo sobreabundante, lo conveniente a lo perfecto, la risa del presente a la dicha utópica. (loc. 2024)
Esto nos lleva a hablar de las innovaciones, pues el conservador se define, sobre todo, por su actitud ante las innovaciones.
Oakeshott considera que la innovación implica una pérdida segura y una posible ganancia (loc. 2075). En mi opinión, esto es de capital importancia, porque nuestro contexto social actual está dominado por un imaginario que proyecta en la figura del innovador, sobre todo el innovador tecnológico, todo tipo de virtudes y valores positivos. Este hecho nos hace olvidar, en muchas ocasiones, que cada innovación esconde unos costes y renuncias que afectan a cosas que, en muchas ocasiones, eran valoradas positivamente.
En consecuencia, el conservador no sería tanto una persona con aversión al riesgo, como alguien que es más consciente que sus conciudadanos, de las pérdidas que implica una innovación, y de la incertidumbre que acompaña a sus pretendidos resultados.
Podemos pensar que la persona más madura, o adulta, tiene más cosas que perder, porque ha acumulado un mayor número de objetos de aprecio en su más larga existencia. Además, ha podido asistir a más desengaños en relación con los resultados pretendidos por innovaciones pasadas. Mayor apego a lo que ya hay, unido a mayor escepticismo respecto a las promesas de los innovadores, conllevan una mayor prevalencia del carácter conservador entre personas adultas y mayores.
Por tanto, lo que inicialmente podríamos atribuir a la aversión al riesgo, podría ser fruto de un sano escepticismo por parte de una persona experimentada y madura.
Pero, según Oakeshott, a pesar de su escepticismo ante las innovaciones, el conservador no es un inmovilista. El conservador ve con buenos ojos la innovación cuando reúne tres rasgos. En primer lugar, la innovación que implica más continuidad que disrupción. La innovación que, según palabras de Oakeshott, «[… ] se entremezcle con la situación y no solo se imponga sobre ella» (loc. 2076).
En segundo lugar, el conservador es favorable a la innovación que responde a algún defecto particular, pero se opone a las innovaciones inspiradas en una «[…] concepción de mejora general de la condición humana» (loc. 2078).
En fin, el conservador favorece un ritmo lento, en lugar de un ritmo rápido, para observar las consecuencias que provoca la innovación y llevar a cabo los ajustes necesarios (loc. 2081).
Como indiqué anteriormente, en nuestra sociedad la figura del innovador configura el paradigma de una constelación de valores positivos. Oakeshott, escribiendo en 1956, ya apunta a este fenómeno, cuando señala que,
La actitud conservadora está lejos de estar especialmente arraigada entre nosotros. […] Somos propensos a pensar que nada importante ocurre salvo que se produzcan grandes cambios, y que lo que no está mejorando se debe de estar deteriorando. Existe un prejuicio positivo a favor de lo que se no se ha experimentado aún. (loc. 2111-2115)
Casi setenta años después, estas palabras del filósofo inglés podrían servir para describir nuestra situación actual, en la cual, el protagonismo del aspecto tecnológico de las innovaciones, ha exacerbado aún más el prejuicio positivo al que alude Oakeshott.
Oakeshott da un paso más allá de lo que inicialmente parece una descripción de la actitud propia del conservador, y sostiene la original tesis de que hay ciertos tipos de actividad que solo pueden realizarse “en actitud conservadora”.
Esta tesis se ilustra con el ejemplo de la “amistad”. Señala Oakeshott que la amistad, y otras actividades en las que se busca el disfrute presente y no un beneficio, una recompensa, un premio o un resultado adicional a la propia existencia, exigen una actitud conservadora.
La amistad encarna el tipo de actividad o fenómeno en el que el valor positivo reside en sí misma, en su disfrute, en su experiencia presente, y no en algo futuro, sea esto un resultado, un beneficio, o cualquier otro fin extrínseco. La amistad se sostiene por sí misma, y se disfruta por lo que es, y no por lo que proporciona. En este tipo de actividades, la actitud conservadora es la más adecuada, porque,
[…] la condición básica de este disfrute es una efectiva aceptación de lo que hay, a la par que la ausencia de cualquier deseo de cambio o de mejora. (loc. 2161)
Lo que tienen en común la amistad, y otras actividades que requieren, a juicio de Oakeshott, una actitud conservadora, es que exigen como condición de su posibilidad la aceptación de lo que hay.
Este argumento recuerda al principio estoico de aceptación de todo aquello que no está en nuestra mano cambiar, pero en realidad no se trata aquí de una terapéutica del alma, con el fin de lograr la serenidad de espíritu estoica, sino de un rasgo, me atrevería a decir, ontológico, de ciertas actividades.
El conservadurismo se asocia generalmente con una tendencia o corriente en el ámbito de la política, pero hasta ahora, no hemos mencionado la esfera política en ningún momento. Oakeshott, sin embargo, también aborda al final de su ensayo su concepción ideal de gobierno, y lo hace sosteniendo la tesis de que ser conservador no consiste en sostener unas ideas o creencias particulares:
[…] en mi opinión la actitud conservadora en política no implica que debamos sostener la veracidad de estas creencias ni, en todo caso, que debamos suponer que sean verdaderas. De hecho, no creo que tal tendencia se relacione necesariamente con ninguna creencia particular acerca del universo, acerca del mundo o de la conducta humana en general. A lo que sí está ligada esta actitud, en cambio, es a ciertas convicciones acerca de la actividad de gobernar y a los instrumentos de gobierno, y es en referencia a estas creencias, y no otras, como puede hacerse inteligible esta disposición. (loc. 2286)
Ser conservador, como venimos señalando, es mantener una actitud, más que una doctrina. En el caso de la actividad de gobernar, la actitud conservadora parte de la premisa de que la tarea del gobierno no es la imposición de otras creencias y actividades a los súbditos. Tampoco se trata de tutelarlos o educarlos, ni la de hacerlos mejores o más felices:
[…] la tarea del gobierno es sólo la de gobernar. Se trata de una actividad específica y limitada, fácilmente corruptible en combinación con cualquier otra, pero indispensable en ciertas circunstancias. La imagen del gobernante es la del árbitro que aplica las reglas del juego, o la del moderador que preside el debate de acuerdo con unas reglas conocidas pero sin participar en él. (loc. 2339)
El político conservador debe aceptar la condición humana actual, en lugar de pretender imponer un modelo o ideal de hombre. Con sentido del humor, Oakeshott se pregunta y contesta a sí mismo, por qué esto debería ser así:
[…] si al hombre con un talante así se le pregunta: «¿Por qué deben aceptar los gobiernos la actual diversidad de opinión y actividad antes que imponer a los súbditos sus propios sueños?». Bastará con que responda: «¿Por qué no?». Sus sueños no son diferentes de los de cualquier otro; y si ya resulta aburrido tener que escuchar el relato de los sueños de otros, resulta insufrible verse obligado a realizarlos. (loc. 2357)
La concepción del gobierno que Oakeshott defiende parte de una idea que comparte, entre otros con Hayek. Hayek afirmaba la imposibilidad de que alguien tome conciencia de todos los hechos particulares que integran el orden social2, Oakeshott, sostiene algo parecido, cuando afirma:
[…] va más allá de lo permitido por la experiencia humana suponer que quienes gobiernan están dotados de una sabiduría superior que les proporciona un abanico de conocimientos y habilidades que les confiere autoridad para imponer a sus súbditos una forma de vida bastante distinta. (loc. 2353)
Este escepticismo sobre la posibilidad de un conocimiento perfecto, conduce a una concepción limitada del gobierno, como la que sostiene Oakeshott. El gobierno, desde esta perspectiva, no puede aspirar a implantar un orden completo nuevo, sino que debe partir de la observación del actual, efectuando ajustes parciales destinados a liberar de la frustración mutua del conflicto a quienes tienden a enfrentarse. Esta concepción del gobierno queda resumida de manera inmejorable en sus propias palabras, que me veo obligado a citar a pesar de su extensión:
[…] gobernar se reconoce como una actividad específica y limitada; no como la administración de una empresa, sino el gobierno de quienes se ocupan de una gran diversidad de proyectos elegidos por ellos mismos. No se ocupa de personas concretas, sino de actividades, y lo hace respecto a la posibilidad de que choquen entre ellas. Gobernar no es ocuparse de lo moralmente bueno y malo, no trata de convertir a los hombres en buenos o incluso mejores, no es indispensable por culpa de «la depravación natural de la humanidad», sino sólo a causa de su tendencia a la extravagancia; su función es mantener a la gente en paz en el desarrollo de las actividades que cada uno a elegido en su particular búsqueda de la felicidad. Y si esta visión contiene alguna idea general, quizá sea que un gobierno que no sostenga la lealtad de los ciudadanos carece de utilidad. Y que mientras alguien que (según la vieja expresión puritana) «manda por la verdad» es incapaz de hacerlo (porque algunos de sus súbditos creerán que su «verdad» es un error), alguien que sea indiferente por igual a la «verdad» y el «error» y sólo persiga la paz no plantea ningún obstáculo para la lealtad necesaria. (loc. 2392)
Leyendo el ensayo de Oakeshott, me surgen varias reflexiones al confrontar sus ideas con la situación política actual.
Las ideas de Oakeshott chocan con los planteamientos de tipo populista que buscan arrastrar a multitudes tras la promesa de un mundo mejor y están en las antípodas de la actual tendencia a la moralización de la política.
Algunos de nuestros políticos, especialmente los pertenecientes a generaciones más jóvenes, y en muchas ocasiones protagonistas de nuevos movimientos políticos al margen de los tradicionales, han hecho dos contribuciones fundamentales al panorama político. En primer lugar, una moralización de la política, que ha llevado a una polarización entre malos (los otros) y buenos. Además, esa pretendida superioridad moral se viene defendiendo con base en una idea bastante precisa de lo que debe ser un buen ciudadano. El corolario de estos planteamientos es un planteamiento político, que lejos de limitarse a las labores de árbitro que propone Oakeshott, busca un programa de reeducación y normalización de los ciudadanos, tratando de regular e intervenir en los ámbitos más variados de la vida de las personas. Y todo ello, legitimado con base en el “bien superior” que supone la defensa de un tipo ideal de ciudadano, cuyo logro es asumido como misión por determinados políticos.
No es casualidad que el propio Oakeshott señale que la política es una actividad no apropiada para jóvenes, no a causa de sus defectos, sino precisamente por las virtudes de estos:
Cuando somos jóvenes no estamos dispuestos a hacer concesiones al mundo, nunca sentimos el equilibrio de lo que está en nuestras manos, a menos que sea una pala de críquet. No somos capaces de distinguir entre lo que nos gusta y lo que estimamos; la urgencia es nuestra medida de la importancia y nos cuesta entender que lo rutinario no es necesariamente despreciable. Nos impacienta la restricción, y creemos fácilmente, como Shelley, que haber contraído un hábito es haber fracasado. En mi opinión, estas son algunas de nuestras virtudes cuando somos jóvenes, pero qué alejadas están del talante requerido para participar en el estilo de gobierno que he descrito. (loc. 2501)
Finalizo con una última reflexión. En una entrada anterior hablé del concepto de ironista liberal propuesto por el filósofo americano Richard Rorty. El propio Rorty menciona en su obra a Oakeshott, como ejemplo de filósofo que socava la idea de que una democracia liberal, deba estar fundamentada en unos conceptos transhitóricos universalmente válidos. Efectivamente, el “conservador” de Oakeshott, es alguien sumamente escéptico respecto a cualquier posibilidad de fundamentar de modo racional un proyecto político. Ese escepticismo supone una vacuna contra todo proyecto político y social maximalista, de los que el siglo XX, que vio nacer y morir a Oakeshott, fue testigo privilegiado.
Hoy, ese escepticismo debería constituir una vacuna contra todo planteamiento populista, y una reconsideración de algunas tradiciones y costumbres sobre cuyas cenizas, cierto adanismo político ha pretendido construir su propia utopía.







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