La serenidad que el sabio estoico alcanza mediante la disciplina del deseo, de la que nos ocupamos en la entrada anterior, tendría una existencia efímera en caso de que el impulso a la acción no estuviera, también él, sujeto a una disciplina. Pero, ¿cuál habrá de ser la norma que discipline la acción del hombre?.

Los estoicos consideran que la norma que ha de regir la acción del hombre ha de buscarse en la Naturaleza humana, y esta consiste en una Razón común a todos los hombres.

La Naturaleza humana implicaría obligaciones precisas que han de orientar la acción, tales como actuar al servicio del todo, actuar respetando la jerarquía de valores que puede establecerse entre los diferentes tipos de acción y amar a todos los hombres.

El hombre está regido por las leyes de cuatro naturalezas. Podríamos decir, más exactamente, que la Naturaleza comprende, para los estoicos, cuatro aspectos diferentes, a los cuales habrá de conformarse la acción del hombre:

  • Naturaleza universal: el hombre debe aceptar las grandes leyes de la Naturaleza, es decir, el Destino y los acontecimientos que son su voluntad.
  • Naturaleza como fuerza del crecimiento propia del organismo: implica la necesidad de nutrirse y reproducirse, entre otras.
  • Naturaleza como función animal sensible: la propia conservación se ejerce gracias a la vigilancia de los sentidos.
  • Naturaleza como fuerza de la Razón: está por encima de la sensación.

Desde este punto de vista, la disciplina de la acción implica que los movimientos y actos del hombre deben corresponder a las exigencias de su naturaleza integral, que es a la vez poder de crecimiento, capacidad sensible y poder racional.

Es importante señalar que el énfasis estoico en el individuo no conlleva, sin embargo, una ética de tipo individualista. Al contrario, para los estoicos el poder racional es al mismo tiempo poder de vida social, ya que la ley de la razón humana y social exige una servidumbre completa a la comunidad humana (Meditaciones X, 21. Tal como lo resume Hadot:

Para Marco Aurelio, como para Epicteto, nuestra acción debe tener como fin el bien de la comunidad humana, y la disciplina de la acción pertenecerá al ámbito de las relaciones con los otros hombres, regidos por las leyes y las obligaciones que imponen la naturaleza y la razón humanas racionales, fundamentalmente idénticas a la Naturaleza y la Razón universales. (pp. 305-306)2

Marco Aurelio opone a la acción disciplinada, la ligereza (eikaiotés). Frente a la acción llevada a cabo a la ligera, el estoico reivindica la acción seria. Hadot resume en qué consiste actuar con seriedad. En primer lugar, la acción seria implica actuar con todo el corazón, con toda el alma:

La salvación de la vida consiste en […] practicar la justicia con toda el alma […] (XII, 29)

Además, actuar con seriedad supone remitir toda acción a un fin. Más en concreto, al fin propio de la naturaleza racional:

[…] no hacer nada al azar, ni tampoco sin un objetivo final. (XII, 20)

Asimismo, la acción seria debe tomar en consideración el valor infinito de cada instante. Para ello, al actuar debe tenerse en consideración la posibilidad inminente de la muerte:

[…] conseguirás tu propósito, si ejecutas cada acción como si se tratara de la última de tu vida, desprovista de toda irreflexión, de toda aversión apasionada que te alejara del dominio de la razón, de toda hipocresía, egoísmo y despecho en lo relacionado con el destino. (II, 5)

Finalmente, la acción seria, en tanto que orientada a proporcionar serenidad, no debe dispersarse en la agitación febril:

[…] la mayor parte de las cosas que decimos y hacemos, al no ser necesarias, si se las suprimiese reportarían bastante más ocio y tranquilidad. En consecuencia, es preciso recapacitar personalmente en cada cosa: ¿No estará esto entre lo que no es necesario? (IV, 24)

¿Cómo orientarse en la vida si todo lo que no depende de nosotros no es bueno ni malo?. Para los estoicos, una acción adecuada (kathékon) es una acción que depende de nosotros, que supone una intención, buena o mala, y que habrá de estar orientada conforme a la voluntad de la Naturaleza.

Este planteamiento es coherente con la idea estoica de que sólo lo que depende de nosotros puede ser bueno y malo. Dado que no podemos hacer nada respecto de lo que no depende de nosotros, sino aceptarlo tal como viene, lo relevante, desde un punto de vista moral, está en la intención de la acción que sí depende de nosotros.

Adoptar una acción adecuada no implica que el resultado de la misma sea el deseado. Dado que múltiples factores ajenos a nosotros y sobre los que no tenemos influencia, afectarán a las consecuencias finales de nuestra acción, el resultado de esta será siempre incierto. Es por este carácter incierto y sujeto a fuerzas ajenas a nosotros, que el estoico deposita el fundamento de su serenidad, no en la consecución del fin de su acción, sino en la intención de la misma. En otras palabras, para el estoico el bien no está en el resultado de sus acciones, sino en la intención de hacer el bien que ha de impulsar dichas acciones. Hadot ilustra esta idea citando a Cicerón, quien señaló que alcanzar el objetivo es una cosa que puede anhelarse, pero no algo que merece buscarse por sí mismo (p. 320).

Ningún poder externo a nosotros puede impedirnos, según el estoicismo, querer actuar con justicia, es decir, con intención moralmente buena. Si llegado el caso, el resultado de nuestra acción no es el esperado, debido a la influencia de circunstancias ajenas a nuestra voluntad e intención, entonces el estoico habrá de practica la virtud del consentimiento al Destino, que hemos analizado en una entrada anterior.

Junto a la intención moralmente buena, la acción adecuada comporta, según el estoicismo, un ejercicio de altruismo. Para los estoicos, la inteligencia y la razón tienen de manera natural a considerar el bien del Todo. Lo racional (logikon) es inseparable de la preocupación por el bien (koinokinon). La noción estoica de altruismo encuentra su fundamento último en la idea de que la razón del hombre es parte de la Razón universal que todo lo gobierna y, por tanto, si el hombre vive conforme a la razón, toma conciencia de su pertenencia a un gran cuerpo, el de todos los seres racionales.

Hadot llega a comparar el altruismo estoico con la doctrina cristiana, en la que tuvo una influencia histórica importante, llegando a señalar que:

[…] no se puede decir, que “amar al prójimo como a uno mismo” sea una invención cristiana. Se podría incluso afirmar que la motivación del amor estoico es la misma que la del amor cristiano. Tanto el uno como el otro reconocen en cada hombre el logos, la Razón presente en el hombre. (p. 371)

Finalizamos esta breve incursión por la disciplina estoica de la acción, señalando un aspecto en que se pone de manifiesto la influencia socrática sobre la doctrina de la Stoa. Se trata del intelectualismo socrático. Como es sabido, el socratismo sostenía la idea de que nadie es malo voluntariamente, y que el principio de la maldad del hombre, reside en su ignorancia. Esta idea es retomada por el estoicismo, que propugna no sólo apiadarse de los hombres que están en el error, sino esforzarse por convertir a los que se extravían, a los que ignoran los verdadero valores. Marco Aurelio refleja esta idea en varias momentos a lo largo de las Meditaciones. Sirva de ilustración esta cita con la finalizamos esta entrada:

”Todo el alma, afirma, se ve privada contra su voluntad de la verdad.” [Platón citado por Epicteto] Igualmente también de la justicia, de la prudencia, de la benevolencia y de toda virtud semejante. Y es muy necesario tenerlo presente en todo momento, pues serás más condescendiente con todos. (VII, 63)

  1. Marco Aurelio (2019). Meditaciones. Barcelona, España: Gredos. Las citas a esta obra referirán el libro en número romanos, y el párrafo en número arábigos.
  2. Hadot, Pierre (2019). La ciudadela interior. Barcelona, España: Alpha Decay. Las referencias a números de páginas se referirán, salvo indiciación distinta, a esta obra.

Deja un comentario