En la crítica de Sandel a la meritocracia, de la que me ocupé en la anterior entrada de este blog1, subyace una problemática más profunda, que informa buena parte de los debates de la filosofía política, desde la publicación en 1971 de la Teoría de la justicia de John Rawls.
La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿qué contribuciones han de ser acreedoras de mérito en la sociedad, y conforme a qué ha de ser medido su valor?; ¿quién determina la naturaleza del éxito, o el valor que se toma de base para la medición del éxito y mérito de cada ciudadano?
Algunos pensadores, como Hayek, defienden que es el mercado el que determina la valoración de la contribución de cada individuo. Desde este punto de vista, la determinación del valor social de la contribución de cada individuo al conjunto de la sociedad es objeto de externalización. Es decir, no se determina mediante procedimientos de participación política o deliberativos, sino que se deja en manos de la interacción libre de oferta y demanda de bienes y servicios.
Conforme al criterio hayekiano, el mérito de alguien vendrá dado por el valor relativo de los bienes y servicios con los que contribuye, siendo dicho valor el resultado de la interacción de los factores de oferta y demanda.
El valor de la contribución del individuo, entendido como valor de mercado, tendría como principal ventaja su carácter automático y el hecho de que no respondería a las características intrínsecas o a una supuesta “esencia” de la contribución objeto de valoración. Por ejemplo, la alta valoración social y económica de un jugador de baloncesto de la NBA, no respondería a ningún valor intrínseco de su actividad como jugador (respecto de la cual podríamos tener una discusión inacabable), sino a la valoración subjetiva de la misma por parte de los individuos dispuestos a pagar por su disfrute, resultado de la cual, se obtiene un valor de mercado elevado.
Este criterio de valoración tiene un carácter esencialmente subjetivo, pues no es posible establecer a priori qué contribuciones serán objeto de valoración positiva y acreedoras de mérito en una sociedad, en tanto que las mismas serán resultado de la agregación de valoraciones subjetivas mediante mecanismos de mercado. En consecuencia, la lógica de esta valoración, y la consiguiente distribución de méritos, no responderá a criterios morales o éticos, sino a formas de asignación de valor ajenas a la dimensión ético-moral.
Sandel critica la propuesta de Hayek (pos. 2676 y ss.) tomando como referencia, paradójicamente, las ideas del economista norteamericano Frank Knight (1885-1972), uno de los fundadores de la escuela neoclásica de economía. Knight, en un artículo de 1923, titulado “The ethics of competition” 2, argumenta que la competencia, aunque eficiente en términos económicos, no necesariamente promueve valores morales o justicia social. El economista norteamericano sostiene que satisfacer la demanda de un mercado, no es necesariamente lo mismo que realizar una contribución verdaderamente valiosa a la sociedad.
Es decir, deberíamos distinguir entre el valor de mercado y el valor social de la contribución de un individuo, puesto que la significación ética de la satisfacción de unos deseos en el mercado, depende de la valía moral de estos, y evaluar tal valía implica, según Sandel, juicios morales que el análisis económico no puede proporcionar:
Toda evaluación ética de un sistema económico debe tener en cuenta «la clase de deseos que tiende a generar o nutrir», y no solo su eficiencia a la hora de satisfacer «los deseos existentes en un momento dado». (pos. 2746)
Frente a esta postura, compartida por Sandel y Knight, hemos de reconocer que el criterio de mercado defendido por Hayek tiene la ventaja de su simplicidad. Al equiparar valor social con valor de mercado, se ahorra la discusión sobre quién determinaría el valor social o ético de la contribución de un individuo, y bajo qué tipo de escala de valores.
Sin embargo, la tesis que Sandel está sosteniendo, y que informa buena parte de su obra filosófica, afirma que decidir qué capacidades y logros son dignos de admiración en una sociedad, es una cuestión de normas sociales y valoraciones personales, es decir, se trata de una cuestión sobre lo que es bueno, no de lo que es justo.
Es decir, según Sandel debemos, como sociedad, determinar qué es bueno, qué es el bien, y asignar el mérito conforme a dicho criterio social de lo que es bueno. Y solamente mediante la deliberación con nuestros conciudadanos podemos llegar a una noción compartida del bien, que sirva de base para tales valoraciones.
Frente a las teorías de Rawls, Sandel defiende, por tanto, una concepción material (no meramente formal) de la justicia social, que exige dotar de contenido a una idea sustantiva de bien. En ello reside su principal atractivo, pero, a la vez, su principal reto y dificultad. Pues, a diferencia de sociedades como la Atenas de Aristóteles, que fue uno de los primeros en defender una concepción análoga a la de Sandel, nuestras sociedades se caracterizan por tal nivel de heterogeneidad y diversidad, que resulta difícil concebir como habrá de llevarse a cabo un proceso realmente deliberativo, orientado al bien común. Ante tal dificultad, la solución del mercado, siempre resultará una vía tentadora.
Por otra parte, a menos que asumamos que la deliberación entre conciudadanos termina siempre en un consenso (lo cual resulta difícilmente imaginable), no está claro cómo la propuesta de Sandel lograría evitar el resentimiento de una parte de la sociedad. Los ciudadanos cuya contribución no fuera objeto de estima social según el criterio socialmente determinado del bien por una mayoría, podrían ser presa del resentimiento social aun cuando el fundamento de la valoración de sus contribuciones, responda a una deliberación de conciudadanos, en lugar de a un mecanismo de mercado.







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