Una de las claves para comprender la esencia de lo que se da en llamar el pensamiento conservador reside, en mi opinión, en la concepción que los defensores del conservadurismo tienen respecto a la naturaleza del conocimiento.
Un lector desprevenido podría preguntarse, sorprendido, qué tienen que ver las tesis gnoseológicas con una determinada postura en materia política.
Sin embargo, cabría recordar que desde Sócrates, las nociones morales (y políticas) no pueden desligarse de las nociones gnoseológicas. ¿Acaso sería comprensible la ética socrática ignorando su reconocimiento de la propia ignorancia?
La importancia de las tesis gnoseológicas para comprender la raíz del pensamiento conservador, puede ilustrarse en algunos de los autores que habitualmente suelen encuadrarse dentro de esta corriente. Tanto Roger Scruton como Michael Oakeshott, pero también Friedrich Hayek, Michael Polanyi o Ludwig von Mises, por citar algunos, sostienen tesis explícitas sobre la naturaleza del conocimiento, que forman parte integrante de sus posturas en materia de filosofía política. Sin ignorar las diferencias entre estos autores, es significativo que en cada uno de ellos encontramos tesis gnoseológicas paralelas. Así, Scruton habla del conocimiento condensado en las prácticas y tradiciones sociales por contraposición a un conocimiento de tipo proposicional; Hayek señala la diferencia entre “conocimiento disperso” y “conocimiento centralizado”, y Polanyi distingue el “conocimiento tácito” y el “conocimiento articulado”.
En esta entrada, me centraré en las ideas de Michael Oakeshott sobre el conocimiento, y su relación con las ideas políticas del filósofo inglés.
En 1947, nueve años antes de que se publicara su ensayo On being conservative, del que he hablado en la última entrada, Oakeshott publicó en el Cambridge Journal una ensayo bajo el título Rationalism in politics1.
El ensayo condensa las ideas de Oakeshott sobre la noción de conocimiento, y constituye una pieza clave para entender las ideas que el filósofo plasma en sus escritos posteriores, y especialmente en el famoso ensayo sobre ser conservador.
La idea que vertebra el ensayo consiste en su distinción entre el conocimiento técnico y el conocimiento práctico.
Oakeshott considera que el conocimiento técnico es aquel que es susceptible de formularse explícitamente con cierta precisión. Por el contrario, el conocimiento práctico no es reflexivo y no puede formularse mediante reglas. Se trata de un conocimiento que solo existe en su propio uso.
El conocimiento práctico no puede compartirse al modo en que sí se puede hacer con una doctrina. Se trata de un conocimiento “tradicional” según la expresión de Oakeshott (loc. 466). Esta caracterización es importante, porque las tradiciones no se formulan de manera explícita, o al menos su transmisión y eficacia no depende de su formulación explícita. Es en este sentido, que podemos entender por qué Oakeshott califica al conocimiento práctico como conocimiento tradicional.
Esta breve caracterización del conocimiento nos permite apreciar el paralelismo con las distinciones similares propuestas por algunos de los autores mencionados anteriormente. El conocimiento práctico de Oakeshott, desde este punto de vista, recuerda a la noción de conocimiento tácito de Michael Polanyi, y se trata, por razón de su naturaleza, de un conocimiento disperso, no centralizado, según la distinción realizada por Hayek. Finalmente, el conocimiento práctico, en tanto que conocimiento tradicional, impregna las prácticas sociales, al igual que el conocimiento no proposicional del que habla Roger Scruton.
En definitiva, Oakeshott distingue un conocimiento práctico, que por oposición a todo conocimiento susceptible de ser formulado mediante reglas, guarda un aire de familia con el tipo de conocimiento que otros autores han denominado tácito (Polanyi), disperso (Hayek), o no proposicional (Scruton).
La distinción entre conocimiento técnico y práctico da pie a Oakeshott para formular la primera tesis central de su ensayo, y que podemos resumir citando sus propias palabras:
El racionalismo es la afirmación de que lo que he llamado conocimiento práctico no es conocimiento; la afirmación de que, hablando con propiedad, no hay conocimiento que no sea conocimiento técnico. (loc. 520)
En la historia de la filosofía, la noción de racionalismo se utiliza habitualmente para englobar todo un conjunto heterogéneo de corrientes y autores que tienen en común la defensa de la preeminencia de la razón sobre cualquier otra facultad, como fuente de conocimiento.
En Oakeshott parece que nos encontramos con una versión fuerte del racionalismo, pues su racionalismo no se limita a señalar una preponderancia de la razón sobre fuentes alternativas de conocimiento, sino que niega la posibilidad de un conocimiento que no sea conocimiento técnico formulable explícitamente. De esta manera, Oakeshott acaba identificando racionalismo con conocimiento técnico, y racionalidad con racionalidad técnica o instrumental, de un modo que recuerda las tesis sostenidas por los teóricos de la Escuela de Fráncfort, especialmente las de Max Horkheimer.
Es importante señalar que, si bien ambos tipos de conocimiento son distinguibles, en ningún caso son separables. Es más, Oakeshott afirma que todo arte, ciencia o actividad comprende los dos tipos de conocimiento.
Pensemos en el caso de la práctica culinaria. Un conocimiento técnico, formulado en forma de recetas y descripción de técnicas de cocina posibilita su aprendizaje y práctica por parte del cocinero novel, pero el dominio de la habilidad culinaria no será posible sin la acumulación de un conocimiento práctico no susceptible de codificación y formulación. Algo similar, sucede con otras prácticas y actividades como, por ejemplo, la conducción de vehículos.
El racionalista, que como vimos, niega la posibilidad de un conocimiento que no sea técnico, mantiene una actitud escéptica y optimista a la vez. Es un escéptico, porque se somete a la única autoridad de la razón, y descree de toda autoridad, prejuicio, tradición, así como de lo consuetudinario y habitual. Todo aquello que no puede encuadrarse en su concepción del conocimiento técnico, es arrojado al ámbito de lo irracional.
Pero su escepticismo va acompañado de optimismo, que se pone de manifiesto en su confianza plena en los poderes de la sola razón para solucionar cualquier problema. Y es que para el racionalista, todo problema es un problema técnico. Es decir, un problema con una solución racional basada en conocimiento técnico. Aquello que no admita una solución técnica, no es un problema. De nuevo nos encontramos, por tanto, con la vinculación de razón y técnica:
Para el racionalista, la soberanía de la “razón” significa la soberanía de la técnica. (loc. 523)
Tras exponer la tesis de Oakeshott sobre la naturaleza del racionalismo, y señalar los elementos característicos del mismo, podemos pasar a la segunda tesis central del ensayo:
Por una vía o por otra, por convicción, por su supuesta inevitabilidad, por su presunto éxito, o incluso de manera bastante irreflexiva, prácticamente toda la política se ha vuelto hoy en día racionalista o casi racionalista. (loc. 348)
El racionalista político se caracteriza, según Oakeshott, porque gestiona los asuntos públicos en términos de resolución de problemas. La política es concebida como ingeniería, dando lugar a lo que Oakeshott denomina el “mito de la política racionalista” (loc. 408).
Los problemas se afrontan con métodos racionales, y ello da pie a un segundo rasgo del racionalista político. Este sostiene una “política de la perfección” (loc. 423), porque la solución racional a un problema es, para él, la solución perfecta. El racionalista político no puede concebir una política que no consista en la resolución de problemas o un problema que no admita una solución de tipo racional. No cabe, desde su perspectiva, apelar a “lo mejor en tales circunstancias”, sino solo a lo “mejor”.
Finalmente, el racionalista político defiende una “política de la uniformidad” (loc. 421). Lo racional es universal y, por tanto, todas las preferencias racionales coinciden necesariamente. Desde este punto de vista, la actividad política consiste en la imposición de soluciones racionales uniformes.
La resolución técnica y uniforme de problemas, y el anhelo de perfección, animan la actividad del político racionalista. Esta consiste en llevar ante el tribunal de su intelecto la herencia social, política, legal e institucional de la sociedad, y dedicarse a la “administración racional” (loc. 393).
El racionalista político está, en definitiva, dominado por un ethos que Oakeshott resume así:
Para el racionalista nada es valioso por el simple hecho de existir […], la familiaridad carece de valor alguno y nada debe dejarse sin ser sometido a escrutinio. Y su inclinación le hace más fácil entender y ocuparse de la destrucción y de la creación que de la aceptación y de la reforma. (loc. 396)
Detengámonos un momento en la pareja de opuestos que Oakeshott utiliza en este fragmento (“destrucción” y “creación”, frente a “aceptación” y “reforma”).
Hablando del conservadurismo de Roger Scruton en una entrada anterior, señalé que la figura del conservador se oponía principalmente a las del revolucionario y el planificador. Ahora, uniendo lo allí dicho con la noción de racionalismo político de Oakeshott, podríamos decir que el revolucionario y el planificador son figuras paradigmáticas del racionalismo político en las que toma cuerpo, de manera más evidente, la tendencia a ocuparse de la destrucción (revolucionario) y de la creación (planificador). El revolucionario destruye todo aquello (costumbres, hábitos, tradiciones, etc.) de lo que no puede dar cuenta o explicación según su esquema racional de verdades. El planificador, por su parte, ansía desplegar su plan racional sobre una realidad previamente convertida en un “lienzo en blanco”.
Ambos, revolucionario y planificador, son alérgicos a la aceptación y a la reforma, y la aportación de Oakeshott es apuntar al racionalismo como el elemento común y profundo que hermana a ambos.
El político racionalista ignora, sin embargo, que el conocimiento político, como todo conocimiento, implica, a la vez, conocimiento técnico y conocimiento práctico. Podríamos añadir que el conocimiento político de carácter práctico es, además, un conocimiento disperso en el sentido de Hayek, es decir, un conocimiento del que no dispone nadie en su totalidad, y mucho menos una autoridad central. Se trataría, además, de un conocimiento tácito en el sentido de Michael Polanyi, porque no es susceptible de ser explicitado a modo de reglas o fórmulas racionales.
El racionalista político sufrirá una ceguera permanente respecto a todo conocimiento práctico. Su condición tácita, su dispersión, y el carácter refractario a toda formulación explícita, suponen un punto ciego para el racionalista que orienta su actividad política sobre la base de una ideología.
La utilización del término ideología requiere de alguna explicación. Oakeshott no es explícito al respecto, pero podemos concluir que la ideología se concibe como un método autosuficiente que emana de la razón.
Desde este punto de vista, la ideología condensa el tipo de conocimiento técnico que fundamenta la acción del político racionalista, y que supone el despliegue de una serie de ideas y conceptos racionalmente elaborados, que se suponen superiores a la tradición.
Política racionalista coincidiría, por tanto, con política ideológica.
La ideología, como cualquier conocimiento técnico, es formulable explícitamente, y ello facilita su enseñanza y aprendizaje. Si ha de enseñarse a alguien que ya cree algo, el primer paso del ideólogo será purgar la mente del aprendiz, para poner los cimientos de la nueva ideología.
Oakeshott considera que Marx y Engels son los principales autores del racionalismo político, y el marxismo sería, por tanto, el paradigma de lo que el autor entiende por ideología.
Pero no debemos pensar que Oakeshott critica una ideología concreta (ej.: el marxismo). Su ensayo está escrito contra toda ideología, independientemente de los contenidos y doctrinas concretas, porque lo que Oakeshott cuestiona son los supuestos racionalistas que animan la elaboración y aplicación práctica de cualquier ideología.
Finalizo con una última reflexión. La retórica y demagogia, a que nos tienen acostumbrados los políticos y medios de comunicación de uno y otro extremo del espectro político, nos conminan a pensar constantemente en términos de izquierda y derecha.
La reflexión crítica de Oakeshott, al mostrar que el racionalismo político invade todo el panorama político, nos enseña que la verdadera y relevante distinción conceptual está entre quienes están dispuestos a abrazar la complejidad del «mundo del tiempo y la contingencia», y quienes buscan el atajo de una «huida rápida a la falsa eternidad de una ideología» (loc. 845). Importante enseñanza para políticos que, aún hoy, pretenden “asaltar los cielos”.
- Seguimos la traducción española de este ensayo incluida en Michael Oakeshott (2017):Ser conservador y otros ensayos escépticos Editorial Alianza (edición didigital). ↩







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