El 14 de enero de 1914, tres años antes de su muerte en las trincheras de la I Guerra Mundial, con tan sólo treinta y tres años, Adolf Reinach dictó una conferencia en Marburgo sobre su concepción de la filosofía y, más específicamente, sobre su idea de la fenomenología. Quien había sido destacado miembro del grupo de discípulos de Husserl en Göttingen, y uno de los más brillantes discípulos del maestro y padre de la fenomenología, comienza su conferencia exponiendo la tesis principal que se propone desarrollar:
[…] la fenomenología no es un sistema de proposiciones y verdades filosóficas —un sistema de proposiciones en las que deberían creer todos los que se denominan fenomenólogos y que yo podría demostrar a ustedes aquí—, sino que es un método del filosofar que viene exigido por los problemas de la filosofía, y que se aparta del modo en que nos desenvolvemos y orientamos en la vida y, todavía más, del modo en que trabajamos y tenemos que trabajar en la mayoría de las ciencias. (p. 17) 1
De modo muy sintético, la tesis de Reinach anuncia tres rasgos de la fenomenología, a los que dedicará el resto de su conferencia. Estos son, la idea de fenomenología entendida como método filosófico y la diferencia que el método fenomenológico introduce respecto de la actitud propia de la vida diaria en que nos desenvolvemos, e incluso respecto de la actitud y métodos propios de las ciencias.
Con los objetos de la vida diaria nos desenvolvemos habitualmente de modo práctico. Alcanzamos consciencia de los objetos en la medida en que se insertan en actividades prácticas orientadas a la satisfacción de nuestras necesidades y objetivos. Pero lo que vemos desde este punto de vista práctico es sólo una parte de lo que hay, y nos mantenemos lejos de captar la esencia de los objetos.
Y es que los objetos, según Reinach, nos resultan a la vez cercanos, en la medida en que colaboran en nuestras acciones y responden a nuestros objetivos, y lejanos, en cuanto a su esencia. En otras palabras, la cercanía de los objetos en nuestra relación ordinaria con ellos, oculta su esencia.
Una posibilidad tentadora es pensar que la distancia que nos separa de la esencia de los objetos puede ser salvada mediante la ciencia, pero Reinach nos recuerda que muchas ciencias eluden la visión de la esencia y otras, aunque debieran investigar la esencia, no lo hacen.
El primer caso, el de la ciencia que ignora las esencias, es ilustrado con la definición de la matemática por parte de David Hilbert. El gran matemático alemán elude toda aproximación a la esencia de los números cuando aborda el concepto de número:
Pensamos un sistema de cosas, denominamos a estas cosas números y los designamos mediante a, b, c… Pensamos estos números en ciertas relaciones recíprocas, cuya descripción se verifica en los siguientes axiomas… (Hilbert citado en p. 25)
En esta y otras referencias, no se encuentra ningún planteamiento sobre el “qué” de los números, es decir, sobre su esencia. Se aborda el concepto de número sin atender a su esencia.
La psicología científica dominante en la época en que se enmarca la conferencia de Reinach, considera las cualidades de los objetos, como subjetivas y psíquicas. Desde este punto de vista, los colores y los sonidos, se explican a partir de los actos de ver y oír, y se considera que no hay tal cosa como colores y sonidos, sino tan sólo actos subjetivos o psicológicos de percepción de los mismos.
Retomando la crítica que ya había realizado Husserl en 1900, en su obra Investigaciones lógicas, Reinach considera que aún cuando colores, sonidos, olores, etc. fueran irreales, la negación de su existencia no altera su esencia. Es decir, hay que respetar el carácter trascendente de los sonidos o los colores, respecto al acto de oír o de ver:
Naturalmente, ver colores, oír sonidos son funciones del yo y pertenecen a la psicología; pero, ¿cómo es posible confundir oír sonidos, que tiene su esencia propia y está sujeto a sus propias leyes, con los sonidos oídos? (p. 22)
Por un lado el científico reduce los colores y los sonidos a vibraciones de cierta clase, y por el otro, el psicólogo reduce los sonidos a percepciones subjetivas, pero dicha reducción opera sobre existencias reales, no sobre esencias. Las esencias no pueden reducirse unas a otras. Por ejemplo, no se puede reducir la esencia del rojo, a la esencia de la vibración, pues ambas esencias son diferentes.
El psicólogo descriptivo no trata, según Reinach con hechos, sino con esencias, y si olvida esto, surgen los intentos de reducción de los fenómenos que falsifican la naturaleza de la conciencia.
La psicología descriptiva ilustra, por tanto, el caso de la una ciencia que debería orientarse a las esencias, pero no lo hace.
El análisis de las esencias, objeto de la fenomenología, parte de las palabras y los significados, pero va más allá de ellos. Esto quiere decir que nuestro acceso primero a los objetos se realiza por mediación del lenguaje, pero no puede quedarse en él, si aspira a tener acceso a la esencia. Este salto desde el lenguaje a la esencia es similar, según el agudo ejemplo de Reinach, al paso de Sócrates a Platón.
Como es sabido, Sócrates interpelaba a sus conciudadanos interrogándoles sobre el significado de sus palabras, hasta hacerles ver las incoherencias en que incurrían y la ignorancia en que operaban sin ser conscientes de ello. Platón, sin embargo, no parte de los significados, sino que está interesado en la contemplación directa de las esencias.
En definitiva, aunque no explícitamente, Reinach se enmarca en la tradición platónica, al señalar que la filosofía se ocupa de las esencias fundamentales y de las leyes últimas que se fundan en ellas.
Efectivamente, no se trata solamente de atender a la esencia de las cosas, sino que la fenomenología ha de dilucidar las leyes que rigen dichas esencias. Estas leyes se distinguen absolutamente de las conexiones y regularidades empíricas, porque las primeras son leyes necesarias, es decir implican, en palabras de Reinach, un “tener que ser así” necesario y un “no poder ser, por esencia, de otro modo”.
Las leyes de esencia son leyes a priori, y por tanto rigen con carácter necesario y universal con independencia de que sean o no conocidas por algún sujeto, y al margen de cualquier circunstancia empírica contingente.
Reinach se esfuerza por combatir dos tergiversaciones habituales de lo a priori, que subyacen a algunas críticas habituales a la fenomenología. En primer lugar, Reinach combate la subjetivización de las esencias, consistente en considerar que las leyes de esencia son leyes del pensamiento. Esta interpretación psicologista de lo apriori (habitualmente defendida por autores de raigambre empirista como J.S. Mill) había sido rotundamente refutada por Husserl en sus Investigaciones lógicas de 19002. Reinach insiste en que lo apriórico son estados de cosas, y lo son en la medida en que en ellos la predicación (ej.: el ser B) está exigida por la esencia de A, en la medida en que se funda necesariamente en esta esencia. Estos estados de cosas existen, con independencia de qué conciencia los aprehende o de si los aprehende alguna conciencia.
Una segunda tergiversación de lo a priori consiste en considerar que sólo lo formal es a priori. Para Reinach el territorio de lo a priori es grande. Lo que siempre conocemos de los objetos es que todos ellos tienen un “qué”, su “esencia”, y respecto de todas las esencias rigen leyes de esencia. Por tanto, también respecto de lo sensible y de lo material (no sólo de lo formal) regirán leyes de esencia. En definitiva, lo a priori no está limitado al ámbito de la matemática pura o la lógica formal, sino que puede indagarse en todas las esferas de objetos susceptibles de conocimiento3.
El conocido lema fenomenológico “a las cosas mismas” que ha de orientar la labor de la filosofía, consiste para Reinach en la intuición del qué de las cosas mismas, es decir, la intuición de sus esencias, y la dilucidación de las leyes que gobiernan dichas esencias. Esta intuición no consiste, como algunos críticos piensan, en una especie de “iluminación” de carácter místico, sino que es el resultado de un esfuerzo por romper la inercia de la concepción ordinaria y natural de los objetos, para aprehenderlos en la claridad de su esencia. En palabras de Reinach,
En la fenomenología, cuando queremos romper con las teorías y las construcciones, cuando nos esforzamos por volver a las cosas mismas, a la pura y no oculta intuición de las esencias, no se concibe por ello la intuición como una inspiración e iluminación repentinas. […] se requieren grandes y peculiares esfuerzos para, desde la lejanía en que por sí estamos de los objetos, obtener una aprehensión clara y distinta de ellos; precisamente en virtud de esto hablamos de método fenomenológico. (p. 51)
Esta labor de la fenomenología es, para Reinach, un esfuerzo colectivo que toda filosofía habrá de llevar a cabo. La filosofía, desde este punto de vista, alcanzará el carácter de “ciencia rigurosa”, cuando deje de imitar a otras ciencias rigurosas, y se dé cuenta de que la índole de los problemas que constituyen su objeto específico, exigen un método propio que requiere para su realización un trabajo de siglos.
- Reinach, Adolf (2014): Sobre fenomenología. (Trad. Rogelio Rovira). Madrid: Ediciones Encuentro. ↩
- Husserl, Edmund (2011): Investigaciones Lógicas I. (Trad.: José Gaos) Madrid: Alianza. Especialmente el apartado titulado “Prolegómenos a la lógica pura”. ↩
- Esta expansión del ámbito de lo a priori más allá de lo formal, se encuentra también de manera destacada en la obra de Max Scheler, contemporáneo de Reinach, e influido también por Edmund Husserl. ↩







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